El mejor parque de atracciones de Europa, si no del mundo. Hay parques más grandes, es cierto, con mejor márquetin, también. Pero Port Aventura tiene un algo especial. Un algo mediterráneo. Es una burbuja de inocencia lúdica y por eso en Port Aventura todos somos una versión mejor de nosotros mismos.
Ella soportaba el calor como podía. Guiaba a los visitantes cuando se lo pedían. Les recordaba las normas cuando hacía falta. Se acercaba el cierre. Por fin.
Notó entonces que alguien la llamaba, y se giró. Se encontró a un hombre de unos sesenta y pico. No mucho mayor que ella. Iba bien vestido, pero desarreglado. Llevaba la chaqueta del traje anudada en la cintura. La camisa remangada y por fuera del pantalón. Llevaba unos tenis Adidas muy blancos, una gorra del pájaro loco y un enorme algodón de azúcar con los colores de la bandera de España. Era José María Aznar, ex presidente del Gobierno de España.
Tsch, tsch, ciudadana, ciudadana. Dí-dígame, Presidente. Cómo te llamas, ciudadana? Me llamo Lucía, Presidente. Necesito un favor, ciudadana Lucía, puedes ayudarme? Bueno, sí, supongo, para eso estoy, qué ocurre? Mira, Lucía, ves este Pen Drive que tengo en mi mano —sacó un Pen Drive y se lo mostró, era un Toshiba de 14 GB y con el logo del Ministerio de Defensa — . Lo-lo veo, sí, Presidente. Necesito que me lo guardes durante un rato, lo harás por mí y por España? Eeeh, a ver, no sé, hay unas taquillas que pueden usarse. En él están almacenadas las pruebas de que Iraq tenía armas de destrucción masiva, es la única copia que tenemos, es muy importante que no se pierda, Lucía, lo comprendes? Có-cómo, pero, pero Presidente, no me diga que, a estas alturas me va a decir usted que. Voy a montarme en el Dragon Khan y tengo miedo de que se me caiga en alguno de los loopings, no puedo perderlo, Lucía, es la única copia que existe, lo de las armas de destrucción masiva, es muy importante Lucía. Pero, pero, Presidente, no-no me malinterprete, por favor, pero a ver, a ver, hoy en día ya sabemos todos que, que bueno, que lo de las armas en Iraq, que no era cierto, vaya, no? Que usted apoyó la intervención militar sin una justificación real, por así decir, que era más bien por controlar una región de interés geo-estratégico. Y que al hacerlo se saltaron el derecho internacional y que murieron miles de civiles en vano, Presidente, eso ya lo sabemos todos, todos lo sabemos, entonces no entiendo yo muy bien lo que me está pidiendo, la verdad.
José María no respondió. Mantenía el brazo completamente estirado y rígido, ofreciéndole todavía el Pen Drive sobre la palma de la mano. Lo miró a la cara. Estaba compungido, con los ojos llorosos y la mueca torcida. Se fijó en la gorra, juraría que la mirada del Pájaro Loco estaba más apagada que de costumbre. El algodón de azúcar se deshacía poco a poco y le manchaba la otra mano de una masa rojigualda y pegajosa… Era triste, muy triste.
Está bien, señor Presidente, yo se lo guardo. Gracias, gracias, ciudadana Lucía, ahí está todo, por favor no lo pierda, ahí está todo, yo vuelvo en nada, ahora vuelvo, ahí está todo.
Y se fue corriendo en dirección al Dragon Khan, al tiempo que daba bocados enormes a su menguada nube dulce. Lucía vio desde lejos como montaba la montaña rusa. Cómo al llegar a los puntos más altos, lanzaba al aire pétalos de rosa que bajaban gráciles hacia el suelo acunados por la brisa. Lucía acariciaba el Pen Drive y sonreía. Sonreía en Port Aventura. Sonreía en España.