Revista literaria avant la lettre

Un apunte etimológico

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La Virgen María se había ausentado de la crucifixión de Cristo porque se meaba. Aunque no quería abandonar a su hijo, tampoco quería hacer pis delante de todos, lo cual sería, a su juicio, una ofensa más grave que la de marcharse. Se fue rápidamente detrás de un arbusto, esperando que nadie notase su ausencia, para hacer lo que le era preciso. Cuando se fue, Jesús estaba siendo clavado en el madero; cuando regresó, su hijo ya la recibía con los brazos abiertos.

María se encontró con una estampa terrible que le impactó profundamente. Su hijo totalmente ensangrentado, con las rodillas en equilibrio dislocado y los brazos en tensión insoportable, buscaba un aire que no aparecía sino a sorbos diminutos. Los fieles, tirados por los suelos, se ahogaban en llanto y creaban un sonoro aullido de dolor y de lamento. La sangre de Cristo resbalaba por la madera y pringaba las herramientas usadas por los romanos, apoyadas de mala manera sobre la base de la cruz. Luego en el suelo, la sangre se mezclaba con el polvo del desierto y formaba una masa espesa que lo ocupaba todo, se pegaba a las sandalias y a las ropas de los fieles, dejándolos pegajosos y malolientes en su desesperación… Un desorden, un barullo y una porquería insoportables.

Pasó entonces el acontecimiento etimológico que venimos a rescatar, algo insólito por su inmediatez y transcendencia en lo que a la formación de expresiones se refiere. Porque ante semejante cuadro desastroso, ante la que había allí montada, a María le ocurrió decir, sin pensarlo demasiado: Joder, macho, vaya puto Cristo.

Y así se quedó la frase para siempre, en un acto de fijación semántica sin precedentes pasados ni futuros.

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