Revista literaria avant la lettre

Diario de antropología. Notas de los dos primeros días en la tribu de — — –

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DÍA 1

Llegada al punto de destino. Varios miembros del grupo a estudiar me esperan con carteles en la mano con mi nombre mal escrito. Creí que mostrarían alegría al recibirme, pero parecen muertos de aburrimiento. Dicen que han estado esperando «demasiado rato», o eso creo entender en su dialecto autóctono. Los gestos me ayudan a entender que están hastiados, o hasta los huevos.

Les quisiera explicar que no ha sido decisión mía que se cancelara una conexión, y que mi viaje se alargara tanto que llevo 40 horas sin dormir. Pero creo que será difícil por la barrera idiomática, y no lograré compararme a su espera de 45 minutos en el aeropuerto.

Comunico que mi intención es ir a mis aposentos cuanto antes, y dormir dos días seguidos, pero se muestran repentinamente disgustados y airados.

«Tenemos comida preparada y hemos llamado a —- (aquí van nombres de parientes suyos que quizás debería conocer, pero no conozco).» Nada más llegar ya he cometido un error como antropóloga. Salvándolo lo mejor que puedo, digo que estaré encantada. Para mi horario, cuando llegamos a su localidad y entramos en su choza, ya es el día 2.

DÍA 2 (42 horas sin dormir)

Creí que la comida estaría preparada y la mesa dispuesta. La mesa está ahí, pero no hay nada sobre ella, salvo los restos de un copioso desayuno. Con una calma encomiable, mis anfitriones se ponen a hacer ruidos de cazuelas mientras se increpan por cosas que no entiendo. Me ofrezco a retirar los platos sucios, y me dicen que sólo voy a estorbar, porque la cocina es pequeña.

Ante esa verdad, me siento en un sofá que podría haber sido más cómodo (esto no es propio de una antropóloga, lo borraré). Poco a poco voy cayendo en un agradable sueño, pero cuando abro los párpados veo miradas que me parecen de reproche. Me mantengo despierta, imaginando que tengo palillos en los ojos, como el gato Jinks.

Tras un par de horas, los platos están preparados. Yo me he ido levantando al excusado para mantenerme despierta, y me he dormido un par de veces sobre la taza. En la segunda ocasión, al salir me encuentro a los anfitriones reprochando que la mesa no esté puesta. No recuerdo los siguientes minutos porque me quedo dormida de pie, y se me cae un plato de las manos. Detecto más reproche en las miradas, y luego van llegando los parientes.

COMIDA DE AGASAJO (46 HORAS SIN DORMIR)

Los manjares propios de la cocina local contienen altas dosis de picante. Sé que cada bocado que he ingerido lo pagaré más tarde en la taza del wáter. Sin embargo, los ojos puestos en mí no permiten otra cosa que seguir comiendo sin parar.

Cada vez que me detengo, aunque sólo sea para coger fuerzas y beber más agua, una voz dice, con franca agresividad: «¿Ya no vas a comer más?», y yo me apresuro a afirmar que por supuesto que sí.

Cuando celebro internamente que ha llegado la sobremesa, traen aún más comida. Mi estómago ha dado de sí hasta estar en peligro de explosión. Los parientes han traído dulces, también picantes. Más picantes si cabe. Y comienza la comparación, algo habitual cuando dos culturas se reúnen en torno a una comida.

Hay aportaciones interesantes. Un hermano de la esposa del anfitrión —en nuestra cultura le llamamos cuñado— ofrece su interpretación de las costumbres de mi país de origen. Algunas afirmaciones me permiten deducir que nunca ha estado en él. Por ejemplo, su receta de paella contiene ingredientes como salchichas y frijoles. «Qué curioso», pienso. A su parecer, es mucho mejor esa variante que la original de Galicia.

La incursión en la política española también resulta un momento interesante de la charla. Aunque me cuesta horrores prestar atención,  escucho que otro hermano de la esposa del anfitrión comenta que «el presidente español es un corrupto y su esposa ha robado millones, y dejado morir a ancianos». Anoto mentalmente que la cadena que suele ver ese habitante local es «la tres, una de izquierdas».

Así acaba para mí el día 2 de mi visita a casa de mis suegros. Me duermo sobre el mantel, al parecer. 

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