Estimado Mariscal Augereau:
Confío que al recibir la presente os encontréis bien y que disfrutéis del buen tiempo que por fortuna tenemos durante estos días.
En primer lugar quiero felicitaros por el asedio («chapeau»), preciso e implacable, al que nos estáis sometiendo. Si las circunstancias fueran un punto más propicias no dudéis que cruzaría personalmente las murallas para observar los resultados del bombardeo desde vuestra posición, ya que desde el interior de la villa, en la reta-garde, no es posible disfrutar con perspectiva de toda la brillantez de la maniobra.
Tanto yo como el resto de oficiales os agradecemos enormemente los «brandys» y los cigarros con que nos agasajasteis y, para corresponderos, os adjunto una piedra mediana. Os ruego entendáis la precariedad en que nos encontramos inmersos y que veáis en la naturaleza de la ofrenda un signo del rotundo éxito de vuestro acoso.
Aprovecho la ocasión, y no os lo toméis como una impertinencia, para sugeriros que corrijáis el ángulo de tiro de vuestro cañón de quince pulgadas cinco grados al este, o que comencéis los bombardeos después del alba, ya que las explosiones son extremadamente ruidosas en el pabellón de oficiales y nos levantamos sin haber descansado.
Los civiles mueren a «tout-i-plein» y también están admirados de la pericia balística de vuestra división.
Sin nada más que añadir se despide un servidor de vos reiterando el deseo de que todo esto acabe cuanto antes mejor pues no dispongo de camisas limpias más que para dos semanas.
Atentamente,
General M. Álvarez de Castro.