Marcus no aguantaba más, necesitaba su dosis de Rockstar boulevard, se levantó de la cama, donde llevaba cuatro horas mirando al techo, y comenzó a vestirse con su particular ritual:
1º Se ponía el sombrero.
2º Los calcetines.
3º Bailaba delante del espejo con sus dos únicas prendas. (En ese instante se creía invencible).
4º Las botas negras que le regaló Marina un día antes de desaparecer.
5º El resto de ropa. (En este punto tenía que volver a quitarse todo lo anteriormente citado, ya que ni los levis ni su camiseta de ACDC se podían poner con sombrero y botas ya colocados. Aun así, él mantuvo esa rutina día tras día. Un genio, nuestro Marcus).
Ya estaba listo. Un poco de perfume creado por él mismo, jazmín bañado con aceite de girasol en un bote de espárragos caducado tres años antes. (Lo dicho, un genio).
Decidió ir andando a su bar favorito, ya que coger la Harley le demoraría la aventura, primero tendría que sacarse el carné, luego ahorrar para comprarse la moto, y antes de todo, tener un trabajo estable para poder ejecutar ese objetivo que cada mes decía que iba a conseguir tarde o temprano.
El bueno de Marcus, con su estilo peculiar tardó media hora en llegar al Rockstar boulevard, Susan, Margaret, Marie, sus tres camareras predilectas estaban allí, eso solo podía significar que esa noche sería inolvidable…
—Oye tío, ¿me vas a contar toda la historia en tercera persona?
—Claro, para que se te haga más ameno, ¿no?
—Bueno… como quieras, yo tengo todo el tiempo del mundo… tú, no tanto. Ah y… podrías dejar lo de Marcus, suena muy forzado, Marcos suena bien, al final es lo que pone en tu DNI.
—Venga, colega, déjame contar la historia como quiera, lo hago por ti.
—Va, va… si ves que ronco me avisas.
…pero aún había una señal más que indicaría que la noche iba a ser para el recuerdo, allí estaba él, Peter, el coctelero de moda en la ciudad por aquellos tiempos.
—Espera un momento, pero… ¿desde cuándo hay cocteleros de moda en Soria?
—No me interrumpas y escucha.
Peter, era esa clase de hombres inteligentes, que si estuvieran en una oficina todo el mundo sabría que llegaría a jefe de operaciones, o que si fuera mecánico, todos le confiarían su Harley para que la customizara sin dudar de su buen gusto. Yo, perdón, digo, Marcus, confiaba en él en todo lo referente a lo que nuestro muchacho más apreciaba: su hígado y su correcto funcionamiento para metabolizar el alcohol. Ni mucho menos era alcohólico, él se consideraba un profesional del elixir de los dioses como decía en muchas ocasiones. (Un puto crack, el Marcus).
—Sr. Peter, un gusto verle. Estoy sediento y no puedo tener mejor suerte que trabajes hoy aquí.
—Sr. Marcus, mis manos, corazón, e inteligencia están a su disposición.
—La gente en Soria no habla así, tío. Se te está yendo la perola.
—¿Pero te puedes callar?
—Bueno, venga va… pá lo que te queda en el convento, cuenta lo que quieras.
El Rockstar boulevard era un bar peculiar, silla tapizadas de flores, de leopardo, lámparas hechas con libros, un escenario donde siempre tocaban los mejores bajistas del país. (Aunque creas que el bajo puede ser aburrido, cuando lo tocan los mejores, eso es magia pura). Marcus, se sentaba en la barra, como llevaba haciendo tantos años, mientras Peter hacía su cóctel a base de Martini, ginebra, tomillo, un poco de aguacate con limón y el toque estrella de Peter: Cúrcuma.
—Dios, qué asco.
—…
Allí pasó la primera hora sentado, Margaret, una chica de unos cincuenta y dos años, se acercó a ver cómo le había ido la semana a Marcus, pero antes de que él contestara, ella ya le había contado las cuatro últimas suyas, y dejando al joven con la palabra en la boca se fue a atender a una mesa.
Al rato apareció Marie, la más veterana del lugar, llevaba allí veinticinco años a pesar de ella tener diecisiete, le dio una palmada en la espalda a Marcus que casi lo tira del taburete.
—¡Cada día estás más flojo, chaval! —espetó la veterana de diecisiete años.
—Marie, no te he dicho nada porque estabas muy liada, te veo bien.
—A pesar de los años…
—Bueno… a todos nos pasan por encima. Lo sabes bien.
—Sé demasiado… A veces, me gustaría haberme quedado siendo una niña. Recuerdo cuando era joven, ya tenía responsabilidades que no me correspondían, por ejemplo llevar al hospital a mi viejo padre tres veces por semana, él no podía conducir, así que me tocaba hacerlo a mí… no me arrepiento, pero reconozco que era una responsabilidad importante.
—¿Cuántos años tenías?
—Tres años.
—Bueno, tu época es diferente a la de ahora. Antes madurabais mucho más rápido.
—Oye, te dejo, no quiero amargarte la noche con mis historias de vejestorio.
Y la veterana se fue a controlar el cotarro del bar, que en esos momentos ya empezaba a tener el aforo completo; la afluencia de gente era enorme, el ambiente era inmejorable. En un momento de descuido por parte de Marcus, al girarse para contemplar el local desde su perspectiva, le tiró su cóctel especial por encima a Susan, que justo pasaba por allí.
-¡Mierda, Susan! Perdóname.
—No pasa nada, amor… —Guiñandole un ojo.
Susan, era una mujer trans, que llevaba muchos años trabajando allí, Marcus y ella habían mantenido una relación breve, de aproximadamente dos minutos un sábado de hace un par de años, a pesar de que Susan, le decía que ella nació hombre, él nunca se la creyó y aún habiéndola visto desnuda, aunque sea durante dos minutos, seguía sin creerla. (Un lince, er Marcus).
—Estoy derrotada, nene —le decía mientras se quitaba la camiseta en medio del local.
—Me encanta tu cuerpo, Susan, eres preciosa.
La camarera en ese momento levantó la mano, como si de una jugada ensayada se tratara, y voló una camiseta de recambio que la cogió sin mirar.
—A mí me encantas tú, cachito de pan, pero ya sabes que necesito hombres de verdad, no el esmirriadito que te están volviendo. Desde que Marina se fue, estás cada vez peor.
—Marcos, ¿vas a contarme ya quién es esa tal Marina?
—Anda… pues sí que estás atento, pensaba que hablaba solo.
Marina, era pirata de profesión…
—Marcus, joder, digo, Marcos, en serio, tío.
—Escúchame… no es broma.
…su principal profesión fue la piratería en las costas de Somalia, pero a la vieja usanza, ella no utilizó nunca armas de fuego, llevaba consigo un puñal, y sus dos puños, que como Marcus alguna vez había comprobado entrenando a boxeo con ella, valían más que cualquier Kaláshnikov. En poco más de seis meses, Marina había reclutado a doscientos piratas fieles a ella. La joven, de convicciones feministas, quería paridad en su equipo de trabajo y el número de piratas mujeres y hombres era del 50% respectivamente. Igualmente pasaba en el consejo de dirección, donde había tres hombres y tres mujeres, todo un acierto en la gestión de una empresa, a pesar de ser delictiva hay que reconocerle el mérito…
La pirata, después de una misión fallida, tuvo que refugiarse en nuestro país, donde conoció a Marcus en una manifestación del Día de la Mujer Trabajadora, donde Marina peleaba con cuatro antidisturbios con una elegancia que ningún ballet se puede comparar (o sí, no lo sé, no he visto ningún ballet). Marcus, al ver cascos, y pelotas de goma volar alrededor de esa preciosidad, se enamoró al instante. Decidido, fue a ayudarla, y al primer soplido de goma cerca de su muslo, se desmayó del susto.
A los minutos amaneció siendo transportado en los hombros de alguien a toda velocidad, mientras la unidad de caballería de la policía los perseguía. En ese momento, el fuerte de Marcus, se volvió a desmayar.
De nuevo a los minutos, abrió los ojos pero no veía nada, tenía los ojos tapados, y las manos atadas.
—¿Dónde estoy?
Al momento, una voz firme de mujer sonó.
—Te has desmayado dos veces, te he salvado ese culito blanco que tienes.
—¿Eres la chica que peleaba con los policías?
—¿Eso crees que era una pelea? Para mí eso era un baile de ballet…
Esa frase puso a Marcus a mil.
—¿Por qué me tienes atado? No te voy a hacer nada, bueno… y visto lo visto, aunque te quisiera hacer algo, me pararías pronto.
—Perdón, es la costumbre que tengo… El tema de los rehenes no se olvida con facilidad.
—¿Qué?
—Nada, nada. Te quito todo.
Marina cumplió sus palabras y le quitó todo, incluidos pantalones y calzoncillos.
—Esto… la ropa no hacía falta.
—Entonces ¿cómo vamos a hacer el amor?
Marcus se hizo el digno y dijo sin mucho convencimiento:
—¿Quién te ha dicho a ti que yo quiero hacer el amor contigo?
—Bueno, decir, decir, no me lo ha dicho nadie, pero el pajarito que me está señalando mientras me miras ahí de pie… me da alguna que otra pista. (Puto ballet, esa frase de antes había tenido la culpa).
Marina y Marcus, un Día de la Mujer Trabajadora, se fundieron en besos y acrobacias dignas del Cascanueces y de un asalto a un pesquero holandés… Después del juego del amor, Marcus, exaltado propuso a la pirata ir al Rockstar boulevard, propuesta que aceptó. A Marcus le dio un vuelco el corazón cuando Marina le dijo que tenía su Harley aparcada cerca y que ella le llevaría. (Al tiempo, Marcus se enteró que la moto era robada y que el carné tampoco era tan necesario para conducir una).
Cuando llegaron al bar, Marcus entró con el pecho hinchado sabiendo la belleza que le acompañaba, pero pronto se deshinchó de incredulidad cuando la vio pedir cinco gin tonics y cinco cervezas. Marina no paraba de enloquecer de amor a nuestro chico.
—¿Todo eso vamos a beber ya?
—¿Vamos? ¿Tú qué quieres?
Marcus, después de entender todo, se había enamorado.
—Jo-der. Esto te lo estás inventando, ¿no?
—Para nada. Es la pura verdad. Sigo por donde iba.
Susan miró a Marcus con nostalgia y le dio el consejo que tantas veces le había repetido.
—No va a volver, nene. Olvídala, es lo mejor para ti.
El muchacho bajó la cabeza mirando el vaso de cristal que se había caído. Mirando después los ojos de Susan y seguidamente quedándose absorto en su escote.
—Marcus… Marcus… ¡Marcus! ¡Deja de mirarme las tetas!
—Ups… Perdona, Susan. Son tan bonitas…
—Tú lo eres más… tienes que volver al mundo real. Venga, pídele a Peter lo que sea, a esta, invita la casa.
La camarera se marchó a sus labores.
En el escenario acababa de salir Elvis Armstrong Iniesta, un bajista de Móstoles que lo partía en todo el circuito internacional de bajistas. Comenzó su recital, dándolo todo, tocando con la lengua, con la punta de las botas, con la ceja izquierda, dándole al comensal de la mesa de delante del escenario y por último con la ceja derecha.
—Marcos… me estás tomando el pelo.
—Si salgo de aquí, te llevaré a un concierto suyo.
—Lo que tú digas…
El ambiente era espectacular, la gente se puso a bailar, las cervezas, gin tonics y vinos corrían por todo el local… Por la razón que fuese, esa noche estaba siendo especial.
Sin moverse de su sitio habitual, Marcus recibió una visita, era un hombre misterioso, gabardina y… nada más.
—Estoy desnudo —Dirigiendo la mirada al ex de la pirata.
—¿Qué?
—Estoy desnudo por dentro, por fuera. A pesar de escuchar voces a mi alrededor estoy solo, estoy vacío e inquieto. No encuentro paz en sociedad, en el ambiente… en los mayores momentos de compañía es cuando mayor soledad siento. Estoy… estoy…
—Estás borracho.
—No… estoy solo.
—Y algo borracho también. ¿Quién eres?
—Soy Justin. Seguramente habrás oído hablar de mí.
—A ver… tengo mala memoria. Ahora mismo… nada.
—¿Marina nunca te habló de mí?
—¿Conoces a Marina?
—Claro que la conozco, tuvimos una aventura cuando estaba contigo. Esas botas que llevas, son mías.
—Espera, espera. ¿Qué?
—Pasó la semana anterior a tu cumpleaños, lo sé porque ella me dijo que ese sábado lo celebraría con su chico, un tirillas de Soria que lleva sombrero pero que tiene un hígado perfecto.
—Continúa.
—Esa semana te dijo que iba a Tánger para encontrarse con unos amigos de su equipo de piratería, ¿cierto?
—Sí, recuerdo que tenían que hablar de negocios y de cómo iban las ventas de unos cuantos barcos, ella quería retirarse definitivamente.
—Y era verdad, amigo.
—No soy tu amigo.
—Bueno, Marcus, porque es ese tu nombre, ¿verdad? También me lo dijo. Marina quería dejarlo pero se enteró que justo esa semana pasaba un barco cubano lleno de Ginebra verde.
—Esa ginebra no existe, Marina me habló mucho de ella, era experta en ginebra y siempre dijo que la verde era una leyenda. Que ni mercado negro, que ni reyes, ni sultanes ni nada.
—Pues sí que existe. El barco pasaba por el estrecho de Gibraltar sin balizas ni nada para no ser detectado, los gobiernos compinchados, fletaron fragatas para escoltar el paso del barco. Toda una misión digna de película.
—¿Qué tiene que ver Marina con todo esto?
—¿Aún no lo imaginas?
—No imagino nada, solo veo a un tío desnudo con una gabardina delante de mí, y por favor, cruza las piernas, que te veo todo…
—En Tánger el equipo de Marina le informó de todo, tenían dos días para planificar la operación, en el tiempo que ella había estado en España su consejo directivo había sido capaz de integrar a más de doscientas personas. Marina, lo primero que preguntó es si seguía existiendo la paridad que ella tanto había trabajado por el bien de la igualdad.
—Esa es mi chica…
—Los porcentajes seguían iguales. El plan estaba medio hecho, solo faltaban los detalles que Marina como jefa tenía que determinar. La misión era harto complicada, pero tú la conoces bien, esa pirata no se doblegaría por nada.
—¿Qué pasó?
—Ahora, si lo puedes imaginar. Ella aceptó el reto, y sin descanso, en dos días tenía todo el operativo para abordar el barco cubano y hacerse con la ginebra verde.
—¿Lo consiguió?
—No puedo darte todos los detalles ya que esto es un relato breve, pero puedo decirte que al barco cubano subió y tomó como rehén a toda la tripulación. La cosa se puso fea, hubo heridos, disparos, pero ella como jefa nunca se rindió.
—Un momento, pero… ¿Tú cómo sabes todo? ¿Y cuándo tuvisteis esa aventura que has dicho antes?
—¿Te parece poca esta aventura? Yo era el capitán de ese barco con bandera cubana, ergo…
—Tú eras el rehén con más valor.
—En efecto, veo que la pirata te enseñó bien. Estuvimos largo tiempo hablando, le pedí que se entregase, pero nunca contempló esa idea, y cuando ya los militares tenían la situación controlada y no había escapatoria para los piratas, ella tuvo un plan de huida que por lo que sé le salió bien. Pero no se fue sin antes quitarme mis botas nuevas, que ahora llevas tú, fue sincera y me dijo que eran para ti… Será pirata, pero al vértelas puestas entiendo que era una mujer de palabra.
—No he conocido un ser humano con más palabra que ella.
—Qué bonito…
—Hay algo que no entiendo, llegó el sábado, me dio el regalo. Durmió conmigo esa noche y al amanecer ya no estaba.
—Marcus… tu novia, o ex, o lo que sea, es la pirata más buscada en la actualidad. Yo, desde esa humillación, me prometí encontrarla y me dije que no me vestiría hasta que no diera con ella. Viva o muerta.
Marcus en ese preciso instante, entendió que la cosa se torcía. El aparente borracho hablaba en serio, y que a pesar de estar en su bar predilecto donde siempre se había sentido seguro, comenzaba a tener una sensación de peligro real.
—Esto es de locos, una ¿ginebra verde? Ya no saben qué inventar.
—Verdaderamente no es verde sino que el enebro utilizado para destilarla es uno especial bañado en oro, que le da un sabor aún más especial.
—¿Qué carajote es el enebro?
—Vamos a dejarlo aquí. Continuo.
—¿Dónde está? —preguntó el hombre misterioso.
—No lo sé, ella se marchó hace tiempo.
—Te pregunto una cosa. Si supieras dónde está, ¿me lo dirías?
—Jamás.
—Respuesta equivocada, amigo.
Cuando parecía que el hombre misterioso iba a sacar algo del interior de la gabardina, apareció Susan, que llevaba tiempo percatándose de que algo no iba bien. Con su uno noventa de altura, Susan se dirigió al desconocido y poniendo la voz más grave que pudo, le sugirió que se marchara. El supuesto capitán de barco, sin dejar de mirar a Marcus, se levantó dejando ver todos sus genitales y se fue sin decir nada ni oponer resistencia.
—Joder, Susan… Cuando pones la voz así, pareces un tío.
Susan, con cara de incredulidad y sin saber ya cómo explicárselo le dijo:
—Marcus…eres muy bueno, pero muy tonto a veces. No me ha gustado nada ese hombre, ¿qué te ha dicho?
—Nada, al principio creo que me ha recitado un poema, y luego ha dicho algo de Marina que no sé si creerme.
—¿De Marina? Ah, qué rabia, tengo que atender esa mesa. Luego me cuentas.
Peter, que llevaba una noche frenética de trabajo, le ofreció otro cóctel a base de tomate, pimiento rojo, verde, ajo y aceite de oliva con una pizca de sal y pan triturado, pero Marcus declinó la oferta y le pidió una cerveza fría.
—A veces la cerveza fría entra como un trozo de cielo, eh.
—Sobre todo cuando estás sediento.
—Yo, hasta caliente me la tomo.
—Bueno, me han dicho que en Alemania la toman templada.
—Es verdad, algo he escuchado. Sigue, venga.
—No, ya está, no sé más cosas de las costumbres alemanas respecto a la cerveza.
—¡No! ¡Que sigas con la historia!
—¡Ah! Sí, sí.
Pensativo, se bebió la cerveza despacio, escuchando al magnífico Elvis Armstrong Iniesta. El forastero de la gabardina le había fastidiado la noche, ya tenía muchas dudas antes de que él apareciese, pero ahora tenía muchas más. Sabía que Marina era una pirata, y que corría riesgos, pero ella quería dejar ese mundo para empezar una nueva vida.
De pronto, cuando el bajista empezó su número de tocar el bajo con los dientes de un cliente, Marcus que ya lo había visto infinidad de veces, decidió que ahí se acababa la noche, se despidió con la mirada de la joven Margaret, la veterana Marie, la femenina Susan y del magnífico Peter. Saliendo por la puerta, como si de una corazonada se tratase quiso mirar por última vez la que había sido su parroquia durante tantos años, el Rockstar boulevard:
—Puta madre… qué guapo es —dijo entre dientes.
Salió por la puerta que tantas veces había cruzado. No tardó mucho en llevarse la sorpresa que interiormente sabía que pasaría.
Delante de él, cortándole el camino estaban cuatro tiarrones con barras de hierro y, como particularidad, con una gabardina como única prenda.
—Vaya, me ha tocado la banda del nabo al aire…
Detrás, escuchó como se acercaban otros tantos con el mismo outfit encabezados por el capitán.
—Imagino… amigo, que sabrás lo que te va a pasar si no nos dices nada.
—Lo único que imagino es el frío que tenéis que estar pasando…
—Los marineros no tenemos frío.
—Y sí muchas gabardinas, por lo que veo.
—Se acabó, ¡reventarle!
Los ángeles del infierno en gabardina, empezaron a darle una señora paliza a Marcus, que notaba como cada uno de sus huesos se rompía, él en el suelo se defendía como bien le enseñó Marina alguna vez, consiguió noquear de una patada a alguno de los matones, pero eran muchos.
Sin saber cómo, aparecieron cuatrocientos somalíes como si se tratara de la película del Señor de los Anillos, y arrasaron con esos marineros. Con técnicas de primeros auxilios de guerra, inmovilizaron a Marcus, que había estado consciente en todo momento. Aun viendo borroso, pudo identificar la misma voz femenina que le habló en esa manifestación del Día de la Mujer Trabajadora.
—Esta vez no te has desmayado, culito blanco.
—Ma… ¿Marina? —Una lágrima limpiaba su rostro lleno de sangre.
—No hables, Marcus… Lo siento, rey. Soy pirata… no puedo hacer otra cosa, no puedo quedarme…
—Espera, es-pe-ra…
—¿Estás llorando?
—Ostras, es que lo de la lágrima me ha matado.
Marina besó los labios del herido, se empezó a escuchar bullicio y palabras de retirada, alguien cogió a Marina aconsejando que tenían que marchar, ella le agarró fuertemente la mano y le dejó un papel entre sus dedos.
Llegó la ambulancia, gracias a la perfecta inmovilización que le habían practicado los somalíes, Marcus fue trasladado rápidamente al hospital y allí fue operado de todas su fracturas y permanece desde hace dos meses en recuperación, esperando una última operación de hígado, quizás, la más importante de su vida…
—Y aquí estás, Marcus.
—Llámame Marcos, lo de Marcus era para darle emoción.
—Una pregunta, tío, antes de que te lleven a quirófano.
—Date prisa, que ya está aquí el enfermero.
—¿Qué ponía en el papel?
—Mira, lo tengo aquí, ¡toma, cógelo!
—A ver, joder, está manchado de sangre.
—Léelo.
—«Vale por cinco gin tonics y cinco cervezas en el Rockstar Boulevard».
—Hacemos una cosa, si no salgo de esta, cuando te den el alta, vas ¿y te los tomas por mí?
—Trato hecho, Marcus. Por ti y por Marina, amigo.
—Trato hecho, amigo. ¡Adiós!