Nueva York, 5 de agosto, 1952
A mi querida Magdalena de la Casa Lord Chocolate. (Pronunciado en inglés)
Ya sabes mi sentido del humor tan poco oportuno, amada mía, aun en esta carta de disculpas no puedo evitar intentar sacarte alguna sonrisa del surco de tus labios. Pensarás que es imposible, después de lo que pasó, volver a hacerte reír pero, como buen burro, lo voy a intentar.
Mil veces te pedí disculpas cuando sucedió lo que sucedió, y otras mil veces más te las pido. Tus padres me rechazan al verme por la calle, tus primos me pinchan las ruedas del automóvil, incluso tu difunto abuelo se aparece mientras duermo culpándome de su muerte hace setenta años, como sabes, yo que ni lo conocí. Te preguntarás cómo supe que era tu abuelo, sencillo, en vuestra casa presumís de que fue un gran revolucionario y que le cortaron la cabeza por ello, pues ello fue lo que me indicó que era el abuelo. Su falta de cabeza, por otro lado, cogida por el cuerpo, cual maleta de viaje, me confirmó el parentesco.
Por el amor que he sentido dentro de mis entrañas durante todos estos meses no puedo olvidarte, ni quiero, ni debo… te has quedado a vivir dentro de mi cabeza y no quiero pedir ayuda para ninguna mudanza de tu amor fuera de mí. Con calma te explico de nuevo lo que sucedió y con calma esperaré tu respuesta.
Aquél sábado fatídico estaba realmente nervioso por la noticia de nuestro casamiento a tus padres, quería que todo saliera bien y dispuse todo para ello. El burro pintado de los colores de la casa Lord Chocolate (pronunciado en inglés), el avión monomotor con el cartel del político favorito de tu padre, las sesenta seis rosas con orugas que tanto le apasionan a tu abuela y el anillo sujeto a una piedra dentro del fondo del estanque, reproduciendo la pedida de mano que le hizo el abuelo decapitado a tu abuela.
Nada podía salir mal… todo estaba atado para que saliera a la perfección, como tú te mereces, ángel de mis ojos, montaña de mis sentimientos, alma de mi alma…
Pero la cosa se torció, ya que el número de tareas que tuve que organizar fue amplio, olvidé contratar al piloto, y cuando me vi en el aeródromo con todo organizado y sin comandante, recordé que mi tío Agustín fue piloto de guerra, aunque falleció en su primer aterrizaje a un portaaviones, pensé que el parentesco me confirmaba como piloto, me equivoqué… El despegue fue correcto a mi modo de entender, pues el avión, sin saber cómo, estaba por los cielos de la ciudad, las comunicaciones eran difusas, así que decidí apagar la radio tirándola por la ventanilla. En menos de diez minutos estaba en el parque y os tenía localizados. Desde lo alto vi la cara de tu padre, esa cara de mal olor que tiene siempre, y ahí es donde me di cuenta que no sabía dónde aparcar, bueno, aterrizar, así que utilicé al burro con los colores de la Casa de los Lord Chocolate (pronunciado en inglés) como punto de referencia para el aterrizaje… sé que no fue lo correcto, aun sueño viendo aquel animal huir del avión y como me lo llevo por delante, acabando burro, avión y yo en el estanque. Conseguí salir del avión, coger al burro, y con la boca agarré la piedra con el anillo, como verás, estaba dispuesto a que todo saliera bien. Una vez en la superficie vi el espanto de tu abuela, no digo que tu abuela sea un espanto, sino que la expresión de susto de ella era un espanto. Intentando hablar con la piedra en la boca, salió disparada e impactó en la cabeza de la señora, cayendo inmediatamente al estanque… de nuevo, con el burro a salvo, me sumergí a buscar a la abuela, cogiéndola por las piernas y sacándola heroicamente. El percance se amplía cuando veo al burro caer desplomado mientras se comía el ramo de rosas con orugas que os había tirado cuando os sobrevolaba, la abuela a salvo, el burro muerto, el avión en el fondo y a tu padre no se le ocurre otra cosa que preguntar, «Bueno, ¿para qué nos has traído?», tú no decías nada… y yo estaba muy nervioso, así que al no encontrar la piedra con el anillo, decidí abrir en canal al burro con la cuchara que llevo siempre encima, y ahí estaba la piedra, pero no el anillo. Producto de la desesperación, del nerviosismo de ver que todo había salido mal, pues mi impulso ganó a mi famosa paciencia, tiré a tu padre al estanque… lo siento, amor, lo siento y lo siento. Ruego que me perdones algún día y que sepas que si todo hubiera salido bien, ahora estaríamos prometidos y deseando que llegase el día de nuestra boda. Debo reconocer que el puntapié que le di a tu madre cuando me recriminó la actitud tampoco estuvo bien…
No sé si volveré a saber de ti, pero quiero que sepas que te amo y lo he demostrado, haría todo por ti. Bueno… abrir en canal a la abuela para ver si estaba el anillo tampoco estuvo bien…
Pero te quiero, te quiero y te quiero. Perdóname.
Tu amor, que te ama.
PD: Seguramente irán a casa de tus padres unos señores a pedirles el dinero de un anillo, que no abran.